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Unas Burbujas de Sangre.

"Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo" (Elie Wiesel). Me hubiera gustado que la historia que voy a contar a continuación fuera fruto de mi imaginación, que fuera ficticia, pero no lo es. Lo que voy a relatar es una terrible historia que mi padre me contó en varias ocasiones. Para situarnos en tiempo y espacio, considerando que mi papá nació en 1922, y según su recuerdo, al momento del suceso tenía aproximadamente 13 años, nos remontamos al Guaynabo rural de 1935. El mismo año que un abogado mayagüezano llamado Rafael Martínez Nadal se trasladó a vivir a nuestro pueblo, que en aquel entonces era paupérrimo y miserable, habitado mayormente por jibaritos como los miembros de mi familia: asmáticos (enfermos de "fatiga", como se conocía al asma bronquial en esa época), flacos y lombricientos. A pesar de las penurias y de que aún se sentían los estragos dejados por el huracán San Ciprián de 1932, en los barrios de Guaynabo se celebraba mucho, se fiestaba, a pesar de los recursos limitados que había. Era común que los bailes duraran días, a tal punto que los señores de la región que contaban con cierto nivel económico pidieran a padres de familias campesinas que les prestaran a las hijas por unos días mientras durara el baile para que los hombres invitados tuvieran parejas femeninas con quién bailar. Este dato lo supe por boca de mi mamá, que en paz descanse, que también era del barrio Mamey. El hecho de que el solicitante hablara primero con el viejo y no con las muchachas, nos habla del tiempo y las costumbres del Puerto Rico de esa época. Precisamente en uno de esos bailes maratónicos, en un día soleado y precioso, ocurrió el suceso que marcó el resto de la vida del niño que en ese momento era mi padre. Estaba en el baile, mi papá se había sentado sobre una de las piedras del batey de una casa de madera elevada sobre pilotes, con el cerro la Marquesa de fondo, desde donde se veía a las parejas bailando. De repente, su mirada se posó en el rostro de una linda joven sonriente, delgada y de cabello negro azabache, que bailaba tranquila y alegremente con un joven vecino del barrio. Al cabo de un tiempo, sin previo aviso, se acercó bruscamente un robusto hombre maduro, visiblemente ebrio, y sin mediar palabra apartó de un empujón al acompañante de la joven bailarina. Sacó una navaja de su bolsillo y procedió a herir en varias ocasiones a la muchacha en el área del abdomen. Resultó ser que el despiadado agresor no era otro que el esposo de la joven, cegado por los celos y enloquecido por el alcohol. A partir de ese momento, todo fue un corre y corre, lleno de gritos desesperados, llantos amargos y urgencias. Imaginen tratar de resolver esta crisis en un pueblo donde los campos solo contaban con caminos de tierra ("caminos de ardillas" como se les conocía). No podían llamar a una ambulancia porque todavía faltaba mucho para la llegada del teléfono a la colindancia entre el barrio Mamey y Guaraguao. Tampoco el pueblo contaba con un hospital con sala de emergencias con cirujanos. Había que pensar rápido. Así que la única alternativa posible era llevar a la joven herida en una hamaca, por los caminos de tierra, rogando a Dios que por un milagro pudiera llegar viva al hospital municipal de Río Piedras. Calculen ustedes la distancia y el tiempo estimado del recorrido. En cuestión de minutos, mi papá se encontraba corriendo, nervioso y asustado, subiendo y bajando cuestas, cruzando quebradas y fanguillales, detrás de los dos hombres que llevaban dando tumbos a la herida, que agonizaba tendida en una improvisada hamaca hecha con tela de saco, cruzada de un lado a otro por un palo de madera. Mi padre corría y corría, a veces relevando en su labor a alguno de los hombres que cargaban la hamaca cuando uno de estos se cansaba. El barrio Mamey, en su punto más alto, luego de subir una cuesta agreste, dejando atrás una vega en ese entonces cubierta de pangola, cohitre y "bejuco e puerco", y antes de bajar la “Jalda de los Castros”, tiene en un punto determinado una de las vistas más hermosas y mágicas de toda la isla. De pronto, en medio del campo se ve en lontananza una vista espectacular de la franja de la costa atlántica que bordea San Juan como un cinturón de seda azul aqua con esporádicos destellos blancos que se mueven de un lado a otro. Estando en ese punto, del que la gran poeta cagüeña Nimia Vicens habló en su poema ambientado en Guaynabo: "Nácete aquí mi niño" cuando dice: "Si nacieras Mi Niño en aquella loma donde San Juan se mira 'como gaviota...'", mi padre sintió de repente el extraño deseo, quizás movido por la preocupación, quizás por simple curiosidad, de mirar el rostro de la joven moribunda. Cuando acercó mientras corría su rostro al de la joven que se movía con cada vaivén que impone lo irregular del rústico camino, la víctima inclinó lentamente su bello y palido rostro hacia él, le sonrió dulcemente dejando escapar por las comisuras de sus labios unas burbujas de sangre, expirando al instante. Trágicas burbujas de sangre que mi padre recordaría el resto de sus días. Aquella tarde había muerto una joven mujer, en la flor de la vida… casi una niña. A partir de ahí, según lo que mi padre me contó, la desbocada carrera se transformó en una lenta y melancólica marcha fúnebre. Muchas veces pensamos erróneamente que este tipo de desgracias, abusos e injusticias son de data reciente, pero no es así. Lamentablemente, el mal de los amores enfermizos y posesivos siempre ha existido en nuestro país. Existió antes y ahora, esta visión de la mujer como una propiedad, que acaba con violencia con la vida de la mujer y condena al hombre. Aunque todavía nos queda un largo camino por recorrer, algo que podemos dejar estipulado, creo que poco a poco se está creando conciencia, hemos avanzado paulatinamente como colectivo, con la esperanza de que en un futuro cercano ningún niño tenga que presenciar, como una burbuja de sangre sale de la boca de una mujer. Nos corresponde a todos lograr que este tipo de tragedias no se repita. “Unas burbujas de Sangre”: escrito por Carlos Guzmán Sánchez. Imagen. Pinterest

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