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Vanessa Arandt |
Cuando nos enfrentamos por primera vez a la obra de la pintora puertorriqueña Vanessa Arandt Lizardi, experimentamos una extraña sensación de "déjà vu", como si estuviéramos contemplando algo familiar, imágenes ya conocidas. Sin embargo, no me refiero a plagios ni a falta de originalidad; todo lo contrario, la obra de Arandt es única y singular. Más bien, me refiero al espíritu que impregna y condiciona cada pintura o escultura que sale de sus manos. Adentrarse en la pintura de Arandt es como retroceder en el tiempo y cruzar el umbral del arte actual para adentrarnos en un pasado poblado por grandes pintoras surrealistas como la española Remedios Varo (1908-1963), la inglesa Leonora Carrington (1917-2011) y la argentina Leonor Fini (1907-1996). Es una sensación maravillosa y mágica, como estar en presencia de un eco en el tiempo, una verdadera evasión estética. Su obra contiene elementos de estas tres grandes pintoras, combinados con el concepto espacial de una Georgia O'Keeffe.
Llegados a este punto, surgen dos interrogantes: ¿Existe algo que podríamos llamar "arte femenino"? ¿Y debería la obra de Arandt ser catalogada como surrealista, o ser considerada como parte del realismo mágico latinoamericano, tal como lo expresó el cubano Alejo Carpentier en el prólogo de su novela "El reino de este mundo", como parte de "lo real maravilloso", conceptos que no se limitan al ámbito de la literatura?
Respecto al primer interrogante, parece haber un hilo conductor entre todas las mujeres creadoras de arte, una especie de "eterno femenino", una manera particular, intuitiva y romántica de crear, de la cual los hombres parecemos no ser partícipes. Las pinturas de Arandt nos hablan de vida, belleza y compromiso social, alejándose de posturas nihilistas como las que profesaba el movimiento Dada. Su concepto e imaginería maravillosa, seguramente catapultarán sus obras en un futuro cercano hacia las paredes de los museos más prestigiosos del mundo.
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